Felinicidio
Es el acto de matar gatos imaginarios, mentales e irreales.
He sido una amante de los animales desde siempre, incluso considero que tienen los mismos derechos que un humano. Detesto y no comprendo el racismo, el sexismo y mucho menos el especismo. No puedo concebir que un ser vivo, que siente, deba morir para satisfacer mi paladar, mucho menos podría matar a un animal sólo porque si. La muerte de un animal me parece una tragedia y me afecta emocionalmente. Me pregunto cosas como: ¿habrá sufrido mucho?, ¿alguien va a extrañar o sentir la muerte de este animal?, ¿habrá un cielo de animales?, ¿por qué no hay un cielo de animales?, ¿qué pasará cuando mis perros mueran? y así... preguntas y más preguntas que estoy segura que nadie arrastra hacia su palacio mental.
Hace unos meses maté a un gato... don’t judge me! todo comenzó cuando mi hermano me pidió prestado mi carro para salir, al llegar al garage vimos que el gato del vecino estaba en el techo de su casa acostado, inmóvil. Lo observamos por varios minutos y el veredicto fue: ¡está muerto , el gato está muerto! así que mi mente comenzó a hacerse las preguntas de rigor ante la muerte de un animal:
-¿Habrá sufrido el gato?
-Evidentemente se ve que su muerte fue pacífica, está sobre el techo de su casa, entonces murió en su hogar, probablemente envenenado pensé.
(Segunda pregunta) ¿Alguien va a extrañar a este gato?
¡El vecino! pensé, alguien debe avisarle al vecino que su gato está en techo muerto. Sería terrible que sintiera el olor fétido de su gato y darse cuenta de esa manera.
Así que decidí tomar el valor, pensar qué le iba a decir y sacar todo el tacto del mundo para darle la terrible noticia que su gato había muerto. Toqué el timbre, lo llevé a mi garage y le di la noticia... el vecino estaba sorprendido, sólo decía: “no, no, no puede ser...” hasta que con lágrimas en sus ojos dijo: “¡Mincho, no puede ser!” y como en un acto divino Mincho volvió a la vida, se levantó del techo, se sacudió y se fue corriendo.
Es complicado seguir una conversación después de eso, es aún más complicado saludar al vecino luego de haberlo puesto a sufrir por unos pocos segundos, fracciones de segundo en la que en una dimensión paralela su vida estaba sin Mincho, segundos en el que tuvo que llorar a su amigo, a su mascota, segundos en que hubo una mezcla entre culpa y nostalgia, preguntas sin respuestas sobre ¿habrá sufrido Mincho? y la cadena de preguntas que sigue al imaginar tan sólo por un segundo el twist amargo y sorpresivo de la vida.
Esa tarde además de haber protagonizado una de las anécdotas más vergonzosas de mi vida me di cuenta que maté a Mincho, a un gato muy diferente al de la realidad. En mi mente y mis sentidos.
Escrito el 27 de septiembre de 2019. Cartas a Margarita Weil.